Ariadna, es la
hermana del primo de mi mujer. Ella siempre ha contado, que aquel día fue
cuando se dio cuenta de que existían los ángeles y que están con nosotros en la
tierra. Su fe se perdió cuando murió su mamá.
Lucinda, como
así se llamaba, falleció de cáncer dejando quehaceres pendientes en la tierra,
sobre todo, aquellos que tanto ansiaba y sobre todo, acompañar a sus hijos en
esta ardua batalla de la vida.
Ariadna cayó
en una depresión y desasosiego que la hundió extremadamente.
Un día, años
después de aquello, Ariadna se encontró con nosotros en un bar, para tomar un
poco de mate y charlar de acontecimientos que habían cambiado su vida y que
quería compartir con nosotros.
““Les cuento lo que me pasó estando un
día en Argentina, rumbo a Buenos Aires, iba a viajar en un bus lujoso y cómodo
para un puesto de trabajo que me habían recomendado en Bariloche. Como era
normal, iba sola y me dio por pensar que las cosas no saldrían bien. Siempre,
en los momentos más importantes de mi vida, mi madre había estado allí. Los
nervios me hicieron perder la calma y necesitaba tomar un poco de aire y
lavarme un poco la cara. Me acerqué al cuarto de baño y me miré profundamente
al espejo buscando una quietud dentro de mí que me levantase la moral y que me
dijese que todo iba a salir bien.
Cuando desperté de mi tránsito emocional, el corazón
me dio un palpito y noté que los minutos habían pasado más deprisa de lo
habitual y salir corriendo hacía el hangar donde debería estar el bus que me llevaría
a mi destino, pero ya no estaba. Hacía salido puntual y a mí me había dejado en
tierra, con mi maleta, con mi billete y sin esperanzas. Había tirado mi destino
por la borda y sin ninguna fe de volver a recuperarla puesto que me esperaban
en unas horas para entrevistarme y tomar posesión de mi nuevo cargo.
De pronto, una señora mayor se acercó a mí y me
preguntó si podía hacerle el favor de meter mi mano en su morral y sacar un tubo
de agua que tenía escondida en sus espaldas. La miré recelosa puesto que yo no
hago esas cosas y menos con extraños, pero ella volvió a suplicarme ya que me
explicó que era un incordio bajarse el morral de la espalda, con lo que pesaba,
para luego volvérselo a subir.
Ella me sonrió y me pidió disculpas y eso me
tranquilizó. Acepté su petición y saque su agua. Su sonrisa se hizo más viva y
sus ojos brillaron un poco más de lo que anteriormente lo habían hecho. Me lo
agradeció poniendo sus manos en las mías.
- ¿De
dónde venís? – me comentó
- De
Arequipa, señora.
- ¿Cuántos
días en Argentina?
- Vine
a visitar a unos parientes a Santa Cruz y de paso encontré una buena oferta de
trabajo. Llevo unas 20 horas de viaje y estoy extenuada.
- Yo también perdí el bus pero no me importa, yo vivo allí y no tengo prisa. Puedo
coger el siguiente.
- Para
mí el siguiente ya es demasiado tarde – le dije.
Volvió a sonreírme y agarrándome del brazo, tiró de
mí. Me extrañé.
- Veni,
vamos a coger un taxi.
- Pero…Es
muy caro hasta allá.
- Nada,
tranquila, lo pago yo ¿Para qué sirve la plata si no lo puedo gastar con los
buenas amigas como tú?.
Durante el camino me explicó que ella tiene una
tiendecita a dos cuadras del hotel donde me iba a alojar, así que, no habría ningún
problema en dejarme cerca de donde ella iba.
Quienes me conocen, saben que no me gustan para nada
los taxis y más si voy con desconocidos. Aun así, mientras ella hablaba, el
sueño se apoderó de mí y me quedé dormida observando y oyendo su dulce voz.
- Descansa
– oí que me decía.
Cuando me desperté habíamos llegado a San Carlos de
Bariloche, nos bajamos del auto y pude observar la inmensidad de la ciudad
fortificada por los Andes Patagónicos y el Lago Nahuel Huapi o isla de jaguar.
Hacía algo de frio en aquella época del año.
- Bien,
ya hemos llegado. Media hora antes de lo que pensábamos. Allí está tu hotel y por
allí mi tiendecita. Ya sabes dónde me tienes para cuando me necesites.
- Muchas
gracias, de verdad. Como se llama su tienda.
- El
hogar de Lucinda…
- ¿Cómo?
- Me
llamo Lucinda y ya sabes dónde tienes tu hogar cuando me necesites alguna vez. Y
quieres hablar con alguien, mis cuatro paredes te escucharan.
Se volvió a montar en el coche y allí me quedé,
sola, pensando y sin articular palabra. Me alojé, cené algo y a la mañana
siguiente, me fui a la entrevista de trabajo. Como era de esperar, me dieron el
puesto y fui muy contenta a la tienda de la buena señora a darle las gracias,
ya que sin ella no me lo hubieran dado pero no la encontré.
Nunca volví a verla, nunca supe más de ella y en
aquella tiendecita de recuerdos de la ciudad, nunca habían oído hablar de ella.
Me quedé confusa pensando en lo que me había pasado.
Curiosamente, el apartamento que estaba de encima de
la tienda estaba en venta y lo adquirí por un módico precio ya que, sus
antiguos inquilinos, habían heredado dicha casa y querían deshacerse cuanto
antes de ella, puesto que perteneció a su tía abuela Lucinda Salas.
Creo que deseaba tanto no encontrarme tan sola, que
extrañé tanto a mi madre y desee que estuviera conmigo en aquel momento. Tal
vez ella se había presentado ante mí en forma de ángel o era un espíritu el
cual me había guiado hasta mi destino…””
JMSalvador
9/02/14