Javier siempre
había sido un chico soñador, normal y con ilusiones. Se había dedicado a sus
estudios nocturnos que compaginaba con el trabajo en el bar que tenían sus
padres. Puso tanto esfuerzo y empeño por conseguirlo, que la vida le pasó factura
a su delicado corazón. Pero aun así, consiguió trabajar en grandes empresas
hasta tener un puesto a su medida y que pudiera vivir holgadamente, de eso ya
hace 22 años. Se casó con una guapa y buena mujer, tuvo una hija y siempre tuvo
grandes amigos a su lado que le apoyaron en todo momento.
Pero aun así
necesitaba algo más para sentirse realizado y él sabía con certeza lo que le
faltaba por cumplir. Necesitaba sentir de nuevo su niñez, su juventud, no perder
sus recuerdos y recobrar todo aquello que tanto había añorado y querido: sus
amigos del colegio, de ese colegio que le vio crecer en aquella ciudad
pequeña al suroeste de Madrid.
Buscó
teléfonos, indagó en las redes sociales hasta conseguir que alguien contestara
a sus plegarías y tener algún ápice de esperanza de aquellos hombres y mujeres
que compartieron con él su vida cuando aún era joven.
Encontró al
primero el cual se reunió con él en un bar para expresarle sus inquietudes y
deseos y, alegrándose de lo que le proponían, buscó a un segundo y éste a su
vez a un tercero... Estaban escondidos, entre otros lugares, en Torrejón, en Valencia, en Málaga y en
Badajoz. A estos le siguieron cuatro más, luego
cinco, después once y hasta ahora que lleva treinta y siete… Casi
tres años de búsqueda sin descansar para intentar completar los tres cursos de primaria que formaban Octavo
de EGB.
Por tanto,
Javier nunca perdió su ilusión y encontró así la forma de hacer sus sueños
realidad.
Con medio
siglo de vida en nuestras espaldas nos damos cuenta de que al final, lo que
prevalece, es la ilusión y las esperanzas de poder recobrar y recordar lo que ya
creíamos perdido. Esto es lo bonito, me comentó Marisa, poder afianzar todo
aquello que conseguimos en el colegio siendo aún niños. Valores con una base
sólida entre los amigos de la infancia y de la juventud, entre los cimientos que
nos crearon y mostraron nuestros padres, pasando calamidades para poder
contentarnos e ir a cualquier excursión extraescolar (Málaga, Mallorca,
Galicia, Granada…) y vendiendo cartones o lotería para conseguirlo y que ellos
pusieran el mínimo posible. El poder salir de excursión al Prado, al museo de
Cera o de ciencias Naturales o a comernos un bocata en lo alto del Viso, en el Día
de la Tortilla, metiéndonos en líos porque la zona estaba por antaño militarizada.
Crear amistades en las Permanencias y en los comedores, hacer pellas, huir de la Mano Negra que nos aterrorizaba en los servicios, llevarnos algún
que otro castigo del algún profesor o profesora y alguna que otra bofetada de
alguna compañera por burlarnos de ella o intentar levantarle la falda. Pero
sobre todo vivir sanamente y con respeto, sin dejar aún lado nuestra
adolescencia de los 70.
Así crecimos,
con esas anécdotas y compromisos que tanto nos inculcaron nuestros profesores
con ayuda de nuestros padres y que nos enseñaron a luchar por aquello que
queríamos, apreciando lo mucho o poco que poseíamos. Ese sacrificio que nos
hacían renunciar muchas veces, como críos que éramos, a ciertas cosas porque la
vida no nos la daba o nos las enseñaban vagamente. Es fue nuestro verdadero
pilar de educación, de nuestra vida a la cual soldamos porque así sería el
motivo principal de nuestra existencia.
Eso es lo que
hemos intentado trasmitir a nuestros hijos.
A veces, a
nuestra edad es bueno recordar y sentirse el Peter Pan de nuestros sueños que
ahora, todos juntos, intentamos de nuevos exteriorizar y plasmar en cada
reunión que tenemos después de treinta y cinco años perdidos de historias y aun
viviendo en la ciudad no nos las hemos contado.
Ahora, Javier
ha cumplido su sueño y le damos las gracias por hacerlo realidad. Y no solo a
él por llevarlo a cabo, sino a los que hicieron posible a que esto llegase a
buen fin:
A Juanjo, Gloria y Mari Sole del C.E.I.P.
La Gaviota por poner los medios para conseguirlo. A nuestros
profesores, Pepe, Eduardo, Rafael, Pedro, entre otros, por sus experiencias
y su dedicación. A nuestros padres
por su esfuerzo para que estos sueños nunca quedasen en balde. A los que están
perdidos y a los que ya no volverán, por ser parte de nuestra historia. Y sobre
todo, a estos hombres y mujeres que ya, con unos cuantos añitos encima, hemos
conseguido de nuevo reunirnos después de tanto tiempo para seguir recordando.
Si, Marisa,
esto es lo más bonito que hemos conseguido y de lo que tenemos que sentirnos
orgullos. Sobre ello hemos basado nuestra vida, sobre los valores y el respeto
hacía lo que siempre hemos creído. Pero aún nos queda tiempo para seguir
buscando, sobre todo, para recordar y seguir soñando…
Nunca perdáis
vuestros sueños…
Jesús
Estremera
C.P. Luis
Carrero Blanco (La Gaviota)
Torrejón de Ardoz - Madrid
Promoción del Año
1965/1966