El viento soplaba con calma haciendo que
la brisa marina rozase mi cara. Me encantaba subirme a aquella colina
y ver desde lo alto, la inmensidad del mar que se alejaba por el
horizonte. Los verdes prados y el dulce
a manzanos, se hacía sentir en cada rincón de aquella, por entonces, aldea.
Solía venir muy a menudo, cuando las
cosas se me ponían feas o porque necesitaba pensar o hablar con los míos. Hoy
en día sigo haciendo. Cuando puedo en carme y hueso y cuando no, en esencia,
como me habían enseñado, desprendiéndome de mi capa externa para fundirme con
mi aura y viajar acompañado de mi alma, por los confines de la tierra.
Agarré mis piernas y puse la cabeza entre
ellas. Sentí que me espiaban.
-
¿Qué
observas?
-
El
mar y su infinita naturaleza – contesté sin dejar de mirar al frente.
-
¿Y
qué piensas? – insistió.
-
Que
hay cosas que nunca se acaban. Cuanto más observo, más agua veo.
-
¿Y
que sientes? - se sentó a mi lado.
-
Que
me canso de nadar y a veces me ahogo…
-
¿Y
qué decides?
- Que no quiero seguir luchando con las olas y
que prefiero que la profundidad me arrastre y me envuelva con todo su ser.
Se volvió a hacer el silencio mientras
las gaviotas contorneaban su cuerpo en un sinfín de sube y baja.
-
¿Y
si te pongo una isla?
-
¿Cuán
lejos está? – dirigí mi mirada hacia él.
-
Lo
que tú quieras que esté.- contestó.
-
¿Y
qué hay en ella? – proseguí.
-
¿Qué
quieres que haya en ella?
-
Soledad.
– respiré profundamente.
-
¿Solo?
-
Solo
– afirmé.
El aire brotó entre las ramas y los árboles
rugieron al compás. Estaba empezando el atardecer. Miré al cantico de las
hojas.
-
¿Y
qué descubrirías en la isla? – continuó.
-
Que
no tengo a nadie.
-
Porque
quieres soledad. Tu mismo lo has decidido.
-
Creo
que yo no lo decidí – me levanté de donde estaba sentado.
-
Tu
mismo te cansastes de nadar – insistió.
-
Me
cansé de nadar para los demás y incluso, para mí mismo.
-
¿Y
si te diera una isla distinta a la otra? – se deslizó por la dehesa.
-
Tal
vez nadaría hacia ella.
-
¿Y
después?
-
Seguiría
solo.- volví a afirmar.
-
¿No
quiere que nadie te acompañe?
Le miré con duda.
-
¡¡Ay,
déjalo ya..!!. Deja de torturarme….
-
Es
mi trabajo.
- No
es tu trabajo, no es tu misión torturarme. No creo que puedas ser tan odioso,
nadie puede serlo…
- ¿Y
por qué no?
- Porque
Dios no te hizo malo, por tanto, no puedes serlo. Puedes ser embustero,
tentador, pero no puedes ser malo.
- Recuerda
que tengo un pasado. Él me echo de su lado… - clavó su mirada en aquel cielo
con pinceladas anaranjadas.
-
¿Y
no luchastes por volver? ¿Lo hicistes? – me levanté para observarle más de
cerca.
-
Me
hice cómodo – me contestó
Dentro de esos ojos de cristal había un
corazón que aún clamaba misericordia. Dejó de observar el cielo y se alejó de
mi presencia. No soportaba que nadie indagase en su alma y menos un ser como
yo.
-
¿Por
qué? – insistí.
-
¿Ahora
eres tu el que hace las preguntas? – me desafió.
-
Me
gustaría conocerte. Apenas me hablan de ti.
-
Es
mejor que sigan así….
-
¿Tú
tienes una isla? –observé de nuevo el horizonte…
-
¿Y
tú?
-
No
sé – me acerqué al manzano a oler sus flores.
-
¿No
sabes?
-
Me
cansé de luchar, de tirar de las navíos de los demás.
-
Pues
no tires.
-
¿Y
por qué?
-
Porque
estás cansado de tirar. Tú mismo lo has dicho.
-
Es
que creo que ellos no van a tirar si no es con un poco de ayuda.
-
¿Estás
seguro? –me miró.
-
Creo
que sí –dudé.
-
Déjales
que se hundan en las profundidades o que naden solos.
Hicimos una pausa. Volví a mirarle para
examinarle más detenidamente. Su altura y su precisión de un ser perfecto era
de los más anormal entre ellos. Definitivamente, el Señor se había explayado en
perfeccionarle.
-
Háblame
de ti… proseguí.
-
¿Qué
quieres que te cuente?
-
Tu
dejastes de nadar hace tiempo, ¿Por qué?
-
Tal
vez porque yo también me cansé de hacerlo… - silenció sus palabras.
-
Creía
que esto iba a ser más sencillo –suspiré – A veces pienso que nado
contracorriente. Creí que algún día, llegaría a la orilla.
-
¿A
la orilla de donde?
-
A
mi propia isla.
-
Pero
sólo, como dijstes. – se acercó a mí, sintiendo en mi espalda su respiración
pausada.
-
No,
quería ir acompañado.
-
¿De
ellos?
-
Si,
de ellos…
- ¿De
los que dices que te necesitan?
- De
los que nos necesitan – le desafié dándome la vuelta y clavando mis pupilas en
las suyas – Llevarles a mi isla y salvándoles de una muerte segura.
-
¿Y
porque a tu isla y no a las de ellos? – sonrió alejándose de nuevo de mi lado.
Me hizo pensar.
.
- ¿Crees
que los estoy arrastrando a mi lado con mis ideas y convicciones? ¿Que estoy
imponiendo mis propios criterios?
-
Tal
vez… ¿Has pensado si realmente te necesitan?
- Creo
que cuando el Señor me trajo para formar parte de uno de los vuestros, sería
por algo y no para perder el tiempo.
-
¿Y
crees que estás perdiendo el tiempo?
-
No
lo sé. Dímelo tú…
-
Que
pronto te has rendido… - hizo una mueca.
El sol empezaba a descender rumbo al
norte de la península hispana. De pequeño solía creer que el astro rey, cuando
tocaba el océano, se sumergía de tal forma sobre éste que terminaba apagándose.
A veces, me sugestionaba tanto con aquella idea, que cerraba los ojos y creía oír
el burbujeo del agua sobre la ardiente estrella.
Cerré los ojos para imaginármelo de
nuevo y volver a sentir aquella sensación.
-
No
me has contestado mi pregunta – continué sin dejar de revivir aquella
sensación.
-
¿Qué
pregunta?
-
¿Quien
eres o quien solías ser?
-
Un
ángel. Solía ser una ángel…
-
¿Solías?
– abrí los ojos.
-
Si,
solía. Ahora soy un naufrago… Como tú.
-
Un
ángel caído… - sonreí sin ganas.
-
En
su momento quise arrepentirme. Con el tiempo, me acomodé.
-
¿Y
sigues en tu isla?
-
En
mi isla.
-
¿Sólo?
-
¿Quién
te ha dicho que estoy sólo? – me miró desafiante. – Pues te equivocas.
-
¿Y
quien tienes a tu lado? – acepté su desafío.
-
Almas
como la tuya.
-
¿Cómo
la mía? – me sorprendí – ¡Explícate!
- Si,
almas que no desean ser salvadas, almas que renuncian a seguir viviendo y almas
que salvan a otras almas en beneficio propio.
-
En
parte hacemos lo mismo – afirmé.
-
Lo
mismo no – negó.
-
¿Cuál
es la diferencia?
- Que
tu salvas almas para que no se ahoguen y para que lleguen a su isla o a la tuya
y yo las dejo que se ahoguen o la tiento para hacerlo.
-
Pero
les das una oportunidad.
-
Pero
siempre a cambio de algo.
Suspiré.
-
¿Piensas?
-
Si.
-
¿En
que?
-
No
sé. Me apetece estar solo.
-
Me
voy entonces – dijo alejándose.
-
Como
desees – me conformé.
-
Piensa
en ello, Íride –dijo alejándose hacia el acantilado.
Observé como se adentraba en el
horizonte bajo una fina niebla que empezaba a ponerse. Era digno de ver como se
deslizaba por el prado sin tocar una hoja, una rama o una minúscula flor que
allí encontraba en su camino.
-
¿Shatán?
– paré su retirada.
-
¿Hermano?
– contestó.
-
No
eres como dicen, estoy convencido – afirmé mis palabras.
Se volvió ante sí y mirándome fijamente
con una mueca de gratitud, me respondió:
- Hay
un dicho que dice que nunca debemos confiarnos de la bondad de nuestros
superiores… No te fíes de mi…
-
¿No
me salvarías si así lo necesitase?
-
Si
mereciera la pena, así lo haría pero seguro que te condicionaría para mi
conveniencia.
-
Aunque
creo que ya lo has hecho – sonreí.
-
Bien
entonces…
-
¿Cuándo
volveré a verte?
-
Cuando
necesite cobrarte mis honorarios.
-
Entonces,
te estaré esperando – le confirmé.
Shatán desapareció ante mis ojos y yo
empecé a prepararme para mi marcha. El sol ya estaba poniéndose y yo necesitaba
descansar un poco.
JMSalvador
29/03/12